Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son un tema recurrente en la actualidad, ya que nos acercamos cada vez más al año 2030, cuando se espera que se hayan cumplido todas las metas establecidas por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015. Uno de estos objetivos, el ODS-6, se enfoca en el acceso a “agua limpia y saneamiento”, impulsando la garantía de agua de calidad para la población mundial y una depuración adecuada y segura. Sin embargo, todavía estamos lejos de cubrir las necesidades relacionadas con este recurso vital.

El problema se divide en dos vertientes: la disponibilidad de agua dulce y su calidad. Cada vez es más difícil encontrar fuentes de suministro de agua sin la presencia de agentes tóxicos derivados de la mala disposición de residuos de actividades humanas.

La presencia de contaminantes emergentes en el agua destinada para uso doméstico genera una situación alarmante de salud pública, desencadenando enfermedades crónicas y hasta la muerte. Por lo tanto, es necesario tratar los contaminantes químicos peligrosos presentes en el agua en el momento de su generación, evitando así los efectos perjudiciales en los seres vivos y en el entorno natural.

La Organización Mundial de la Salud estima que 2.2 millones de personas mueren cada año en el planeta debido a enfermedades diarreicas, lo que representa aproximadamente el 4% de todas las muertes. Las previsiones para el año 2050 indican que una quinta parte de la población del planeta vivirá en ambientes de alto riesgo debido a la contaminación hídrica.

Actualmente, la zona metropolitana del Valle de México enfrenta una prolongada sequía debido a la falta de agua en las presas que integran el sistema Cutzamala, ya que tienen prácticamente la mitad del volumen de almacenamiento regular para esta temporada de estiaje. Algunos reportes incluso indican que estos embalses, que abastecen de agua a una parte del centro del país, se encuentran en su peor nivel histórico.

En los próximos meses, la situación se volverá cada vez más crítica debido al aumento de las temperaturas en todo el país, lo que provocará un mayor consumo de agua. A pesar de que tres cuartas partes de México tienen un régimen de lluvia de verano, parece que la situación no se revertirá hasta junio, si es que después no se agrava debido al cada vez más irregular periodo de precipitaciones.

Es importante recordar que el año pasado, la segunda ciudad más poblada de México, Monterrey, sufrió los efectos de una sequía extrema, lo que resultó en el racionamiento del suministro de agua en toda la zona metropolitana. Esto, por supuesto, tuvo un impacto económico significativo, ya que los informes indicaron que el precio del garrafón de agua se elevó hasta seis veces su precio normal.

Por el Dr. Carlos Javier Escudero Santiago, Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Guadalajara